3 de mayo de 2012

Ciclones de humo.

Andares estilosamente hinchados. La barbilla hacia el cielo, los hombros al pasado, el pecho hacia el futuro. Grácilmente, como una pantera acechando su presa, hambrienta pero paciente.

Ella llora sola, igual que sola deja de llorar. Nadie es testigo, nadie mira. Ni hace falta.
Resuena el solo de guitarra cada vez más fuerte, hasta que casi no se escuchan pensamientos. Sólo se escucha la esencia de los que entonan libertad, afinan los churretones de grasa reciclada, remasterizan cada recuerdo que habita en sus perturbadas mentes.

Millones de insectos repulsivos envenenando el aire con vacíos infectos, corrompiendo un mundo que ninguno merecemos y que pocos valoramos. Invadiendo cada vida ajena con esa fétida desidia, que trunca los "estúpidos" planes de los que nos atrevemos a soñar. El mundo no es así "y ya". El mundo cambia y nosotros cambiamos con el mundo. Nuestras manos son las que manejan las palancas. Incluso el botón de autodestrucción. Para, no lo toques, todavía no he terminado.
No hay cuerdas que nos aten, no hay cadenas, no hay pies de plomo que valgan, ni cargas suficientemente pesadas en la espalda que impidan que moldeemos lo que nos rodea. Hasta donde llegue nuestro dedo corazón. O el corazón de nuestro dedo. Ya no sé.

Esta canción nunca termina. Ni por lluvia ni por huracanes.
No quiero volver a la nevera, aquí estoy pecaminosamente bien.

Cambia tu mundo.
Sigue adelante sin mirar dónde caerá el siguiente paso.

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