2 de enero de 2014

Primavera de Enero.

Allí estaba ella con su vestido verde y blanco, como salida de un cuento, o de un sueño. Respirando el aire que mecen las montañas en un día soleado de primavera, corría como flotando, parándose sólo para recoger con cuidado las margaritas o amapolas que se cruzaban a su paso.
Exhausta, se tumbaba en un lugar al azar que ella parecía elegir particularmente, y así era. Sonreía, sin miedo a ser vista y a riesgo de parecer una loca, al cielo, al sol que calentaba sus mejillas, al universo que se ocultaba tras el azul; y el universo le devolvía la sonrisa.
Con sus manos dibujaba pequeñas historias que ensanchaban su corazón mientras sus pies descalzos acariciaban la tierna hierba en la que reposaba su cuerpo. Sentía su frescura y su movimiento al rendirse frente la delicada brisa que la inclinaba. Olía mil fragancias florales y la humedad del enorme lago cristalino junto al que estaba. Escuchaba las golondrinas de aquí para allá, el rumor del agua, el chapoteo de algún pez curioso que se asomaba a ver la vida desde la superficie, las hojas de los naranjos bailando al son de los latidos que desprendía aquel lugar. Y soñaba.

Es curioso como algunos momentos de apariencia simple pueden ser vistos como la gran obra de algún artista anónimo.

Los artistas anónimos son mis preferidos.

                                   Igual que los momentos simples.