A veces, los pensamientos son como una semilla regada y enriquecida con nuestras inseguridades y nuestros miedos.
Crecen dentro de nosotros hasta que, un día cualquiera, brotan en forma de cardo.
Sólo lo entiende quien lo vive.
Escapa a nuestro control más inmediato, fluye silenciosamente a través de nuestro sistema circulatorio y germina en una hemorragia de estruendosos sinsentidos.
Y, después, cuando regresas al mundo y recuperas el prisma, sólo queda la vergüenza de haberte perdido en tu propia casa.