24 de junio de 2012

Justo ahí.

Donde el sol se ausenta, en la profundidad de una escupidera, en el humo de tu cigarro, en el retrete de una cárcel, en el hueco que deja la caries de tu muela, en la pelusa que sigue el devenir de tus pasos, en el vaso lleno de cal y restos de ayer, en un lavabo atascado, en la uña del pulgar de un porreta, en la fuerza del enclenque y la honestidad del mentiroso, en las manos de un pescadero, en los pliegues sudorosos de tu piel, en la resina de los marcos de tus ventanas, en el agua de alcantarilla, en el aliento del mendigo, en el centro de un gusano recién comido, en el líquido que cae de una bolsa de basura, en los lugares donde nadie mira, donde jamás sopla el viento, donde estás solo y triste, donde no hay piedras que tirar ni motivos para reir. Fin.

11 de junio de 2012

Con la luz apagada.

Boom. Y el mundo se detiene. Silencio. Ni un suspiro.
El pianista deja de tocar y mira alrededor buscando el mando a distancia.
Llueve. Quema. Más bien, arde. Son lágrimas ácidas e implacables que corroen mi piel para tratar de destruirme.
Y empieza el caos. La damisela disfrazada de verdugo destroza el piano a hachazos. El pianista llora. No se mueve. Y todo sigue en silencio.
Se baja el telón.
Me congelo. Ya no siento nada. Pero hace sol. Como lobotomizada, miro caer la nieve en mi cristalino, en mis entrañas, en todo lo que una vez estuvo vivo y fue un hogar cálido para tantos.
Ahora, sólo frío.

Joder, y míralo. Ahí está. Siempre estuvo. Lo ves. Lo sientes. Te mira. Te guarece. Es paciente y te entiende. No renuncia. No se cansa. Es y está. Por ti. Hoy. Ahora. Cuando lloras y hasta que sonríes. Y ya está.
Te salva y se va.

En cada charco hay una flor.

Y, ahora, la princesa y su sonrisa sueñan.