19 de noviembre de 2020

Cortina Nº1

 La fragilidad. Pero no de un suave pétalo del que preservar su olor, no de un copo de nieve que contemplamos maravillados hasta que inevitablemente tropieza con el suelo. La fragilidad del barro cuando se seca, de las alas de una mosca, del papel de fumar, de la piel que se reseca.

El nudo. Pero no el que une, el que acoge o el que sostiene. Más bien el nudo que aprieta, que amorata y que bloquea nuestra respiración.

El silencio. No un silencio plácido de iglesia, ni aquel que surge de la productividad. El silencio de una habitación vacía que solía estar habitada. Ese cuya existencia se acusa únicamente cuando nos permitimos detenernos, apartar el ruido, las distracciones, las demás personas y decidimos agudizar el oído para, finalmente, escuchar la atronadora nada. Y te deja sordo, y tonto, y ciego.

Nadie dispone de un perro lazarillo que le diga dónde colocar un pie y el siguiente. En ese menester, todos andamos algo perdidos.

En un hueco de un castaño encontré otros escondiéndose de todo aquello que amenaza fuera. Agazapados, abrazando sus rodillas, con los ojos cerrados, como si eso hubiera protegido a alguien alguna vez. Y ahí estamos todos, hacinados planificando la siguiente fase, escogiendo el próximo camino a recorrer sin estar muy seguros de estar haciendo lo correcto, buscando la manera de ser deseables, adaptados, normales.

Normales. Sea lo que sea eso. No conozco a nadie normal. No tengo mucha idea de cómo será alguien así.

1 comentario:

  1. A lo mejor la "normalidad" es sólo un invento que a fuerza de escuchar hemos convertido en nuestro objetivo. Pero todos somos raros, todos estamos más o menos perdidos. Y nos quieren y nos desean así. Es sólo que a veces no sabemos verlo. Todos somos seres valiosos aprendiendo a ver la valía que brilla en nosotros.

    Escribes desde dentro, es un gusto leerte.

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