De repente, la órbita detiene su marcha.
Y, de repente, vuelvo a ser esa. Vuelvo a sentirme la dueña de un castillo, donde se juega hasta en las mazmorras. Vuelvo al calor del sol del Pirineo en mis mejillas y vuelvo a sentir la brisa de la noche subida en mi bicicleta verde. Vuelvo a ser tan ligera que floto sobre las burbujas, tan feliz que bailo con Genaro y también con Geroncio, tan tranquila que hasta la lubina a la sal me sabe bien. Vuelvo a ser la consentida que no comparte el Lindt con nadie, porque era solo para mí. Vuelvo a ser la valiente que sale sola y la salvaje que bebe de los charcos de agua limpia. Vuelvo a ser una voz que se escucha, una silueta que se ve, un alma libre.
Y, de repente, tú vuelves a ser aquel. Libre de culpas, libre de reproches, libre de castigos, libre de soledad. Vuelves a ser la mirada tierna y la sonrisa divertida. Las manos fuertes y el corazón puro. Vuelves a los instantes en los que te diste el permiso de ser tú. Creo que no fueron muchos, pero quiero pensar que pude ser testigo de alguno. Y, en tu yo más puro, pusiste la mascarilla al niño sin saber ponértela a ti. Pusiste color en un lienzo que en ese momento era gris. Creaste una banda sonora para los mejores momentos de mi infancia. Y todo sin que nadie te lo pidiera. Porque sí. Ese también eras tú, detrás de todo el miedo y el dolor, había un niño deseando ser mecido, deseando jugar, deseando Ser.
"No fue tu culpa, todo va a estar bien."
Una nueva cruz en mi corazón me compromete a vivir abrazando la oscuridad que he vivido, vivo y viviré, sabiendo que pertenezco en cuerpo y alma a la luz.
Inundar el presente con el pasado es morir en vida. Me comprometo a vivir hoy con todo lo aprendido ayer, con toda la ilusión por mañana y con plena presencia en cada paso que dan mis pies.
Pase lo que pase, ser libre.
No merece la pena vivir en una cueva.
Mejor vivir en un castillo con cristaleras y un mirador a las montañas.